domingo, 30 de octubre de 2011

Pío XII y el Holocausto

Algunos autores como Blet señalan que si el papa no condenó el holocausto fue debido a que no se conoció en su escala terrible hasta el final de la guerra, lo que veremos no es cierto a juicio de otros autores. Es lógico que tras la guerra se descubrieran más atrocidades de las que se conocieron durante ella pero, como se verá, el papa tuvo conocimiento de masivas deportaciones, sufrimientos y muertes de judíos por lo menos desde el año 1942, sin perjuicio de conocer la naturaleza del régimen de Hitler antes de 1939. Contrariamente a Blet, Cornwell señala que el Vaticano estaba al corriente de lo que ocurría en Alemania durante la guerra y en los campos de exterminio. Esta autor señala un claro antisemitirmo en Pio XII que se percibe en la documentación que maneja. Debe tenerse en cuenta que es el Concilio Vaticano II, iniciado por el papa Juan XXIII, sucesor de Pío XII, quien elimina ese antisemitismo oficial de la Iglesia católica: si los judíos crucificaron a Jesús de Nazaret (el gobernador romano fue el que dio la orden) Jesús, María y los demás personajes del Nuevo Testamento eran judíos. Ser antijudío era, por tanto, una contradicción. El antisemitismo no fue exclusivo del papa Pío XII, sino que estuvo, desde muy antiguo, enraizado en la Iglesia católica. Por otra parte Eugenio Pacelli (Pío XII) sentía una especial simpatía por Alemania -lo que no quiere decir por el régimen nazi- desde 1917 en que estuvo destinado en Baviera como nuncio, siéndolo luego en toda Alemania. 

El estatuto especial del que gozó el Vaticano durante la segunda guerra mundial hizo posible que diplomáticos de países occidentales permanecieran en Roma durante la contienda, en la que Italia figuraba como enemiga. Estos diplomáticos se convirtieron en testigos de primer orden en relación al conocimiento que se tenía en Roma de lo que ocurría en Alemania.

Lapide maneja documentación judía y es de especial importancia la documentación diplomática británica del Public Record Office y la francesa del Quai d'Orsay, la cual maneja Chadwick. Al terminar la guerra el Vaticano se lanzó a la publicación de una extensa obra en once volúmenes. Según Fernández García los más interesantes para el asunto que nos ocupa son los tomos II (cartas de Pío XII a los obispos alemanes) IX y X (que acreditan gestiones del Vaticano a favor de las víctimas de la guerra).

Uno de los argumentos de los historiadores que disculpan o justifican la acción de Pío XII es que estuvo obsesionado por mantener una posición de neutralidad, la cual es uno de los objetos del debate, pues se puede cuestionar dicha neutralidad dada la distinta naturaleza de los contendientes. De todas formas, el hecho de que entre los países aliados occidentales estuviese también la Unión Soviética explica que el papa se moviese entre dos regímenes que podría considerar odiosos: el nazi y el comunista. La neutralidad se explicaría no solo por econtrarse enfrentados los soviéticos y los nazis, sino porque un pronunciamiento del papa contra las autoridades alemanas podría acarrear persecuciones y muerte a más judíos y a católicos en los países ocupados. En esta neutralidad influyeron mucho el Secretario de Estado Maglione y sus sustitutos Tardini y Montini (este último futuro Pablo VI). A iniciativa del barón Kallay, Presidente del Consejo húngaro, en febrero de 1942, pidiendo al papa que denunciara la amenaza bolchevique, este respondió un año después diciendo que la "Santa Sede no cerraba los ojos ante el peligro comunista, pero que no podía renovar la condena pública sin hablar al mismo tiempo de la persecución en curso de los nazis". Por lo tanto en 1943 ya sabía el papa lo que pasaba en Alemania y veremos que también bastante antes.

La obra de Friedländer se apoya en los informes de los embajadores alemanes, donde se transparenta la germanofilia del pontífice. Este autor comprobó que desde diversas instancias se pidió la intervención de Roma, mientras que Pinchas E. Lapide, cónsul israelí en Milán, afirma que Pío XII había hecho más gestiones en defensa de los judíos que cualquier organización humanitaria. Fijémonos que este autor dice "gestiones", es decir, siguiendo la vía diplomática o bien recurriendo a actividades humanitarias, pero no habla de una denuncia pública. Otro aspecto muy negativo para el papa fue la masacre cometida por tropas alelanas de ocupación en Roma el 24 de marzo de 1944 (crimen de las Fosas Ardeatinas): fueron asesinados 335 civiles italianos como respuesta al grupo partisano Azione Patriótica. Robert Katz señala que Pío XII buscaba el respeto a la extraterritorialidad del Vaticano y, sabiendo de antemano la operación que se iba a llevar a cabo, no intervino. No existen pruebas irrefutables de que el papa lo supiese de antemano, pero Walter Laqueur llega a señalar que el pontífice tenía conocimiento incluso de la "solución final".

Cualquiera que se acerque a este tema verá que hubo diferentes actitudes entre los obispos y los católicos en general: el cardenal Faulhaber fustigó la ideología nazi y su sucesor, Döpfner, que participó en el Concilio Vaticano II, en marzo de 1964, desde el púlpito de la iglesia de San Miguel de Munich, dijo: "el juicio retrospectivo de la historia autoriza perfectamente la opinión de que Pío XII debió protestar con mayor firmeza". Los obispos belgas protestaron contra la persecución a los judíos durante la guerra; luego si ellos sabían lo que etaba pasando, también el papa. Algunos nuncios, entre los que se encuentra Roncalli en Turquía (futuro Juan  XXIII) denunciaron publicamente el trato dado a los judíos y al régimen nazi saltándose las normas que recibían de Roma. Sin embargo el Presidente eslovaco, Josef Tiso, sacerdote católico, colaboró con los nazis, y el régimen croata y muchos católicos persiguieron a los cristianos ortodoxos quemando centenares de sus iglesias y asesinando a centenares de millares de fieles de este culto. El Ustase fue el partido nacionalista, de filiación católica y pro nazi que propició esta barbarie. Está documentado que entre los verdugos figuraron sacerdotes católicos, seguramente una minoría. Sobre la actitud de los católicos en Croacia también guardó silencio Pío XII, simpatizante con los regímenes fascistas y autoritarios que proliferaron en Europa durante el período de entre guerras.

Pacelli, siendo Secretario de Estado, gestionó el Concordato que la Iglesia firmó con Hitler, pero ello no evitó la detención de sacerdotes católicos en Alemania, que fue denunciada por el nuncio en Berlín, Orsenigo, no secundado por Roma. El primado de Polonia, cardenal Hlond, suplicó en vano una toma de posición del papa (agosto de 1941) con lo que vemos que ya entonces se conocía en el Vaticano lo que estaba sucediendo en dicho país. También había arreciado otra protesta en Holanda contra las actividades de los nazis, pero durante la guerra el pontífice entendió que el mayor peligro para Europa no se localizaba en el nazismo, sino en el bolchevismo, hasta el punto de que a principios de 1944, cuando ya eran conocidas las atrocidades nazis, el papa pidió una "paz de compromiso que excluya la exigencia de responsabilidades de guerra". El silencio del papa continuó a principios de 1945 en "respuesta" a las súplicas del Consejo Mundial Judío y la Cruz Roja para que intercediera.

La obra de Falconi dedica especial atención al caso de Polonia. Las cartas de Pacelli al primado, cardenal Hlond, demuestran que tenía perfecto conocimiento de la situación, que fue completado por el informe detallado que recibieron monseñor Montini y el papa en septiembre de 1943. Fernández García, citando a Chandwick, señala que sobre las deportaciones judías de 1942, en el momento en que se definió la "solución final", la obra de este último refuta irrebatiblemente la tesis del desconocimiento de la situación en el Vaticano, y Annie Lacroix-Riz ha consultado una documentación que incluye instrucciones del Vaticano al episcopado polaco exhortándole a la colaboración con el ocupante. En mayo de 1942 se tuvo noticia de la deportación de 80.000 judíos eslovacos a Polonia, un destino que equivalía a la muerte.

En septiembre de este mismo año el embajador en Roma de un país neutral, Brasil, transmitió al papa noticias sobre el holocausto. El papa le contestó que ya había hablado y que no podía ser más claro porque perjudicaría a las víctimas, mostrándose partidario de la ayuda en privado a los que sufrían. El embajador inglés, Osborne, llegó a hablar de "atrofia moral del papa". Cuando a finales de 1942 Pacelli sale de su mutismo para evitar el bombardeo de Roma, Osborne anota: "yo le urgí que el Vaticano, en vez de pensar exclusivamente en el bombardeo de Roma, debería considerar sus deberes con respecto a un crimen sin precedentes contra la humanidad, la campaña de Hitler de exterminio de los judíos". Citas como esta se pueden multiplicar. El 17 de diciembre, Londres, Washington y Moscú firmaron una declaración sobre la persecución de los judíos; Osborne sugirió que el papa la apoyara y Magliore, Secretario de Estado, respondió negativamente.
De lo que no cabe duda es de las gestiones humanitarias y de los esfuerzos del pontífice a favor de la paz, pero el mismo Blet apunta que estas se refieren a las vías diplomáticas, pocas veces a las públicas: en septiembre de 1941 las autoridades eslovacas, controladas por los nazis, emitieron el Código antisemita; tres días después el Vaticano emitió una nota de protesta por su contenido. Pero ya cuando Pacelli impulsó el Concordato con la Alemania nazi (1933) las protestas de varios obispos germanos (Bertram de Breslau, Faulhaber en Munich) fueron acalladas por aquel, silencio que se mantuvo en casos tan graves como la "noche de los cuchillos largos", un asesinato masivo dirigido desde el poder en la pugna por la hegemonía dentro de los grupos nazis.

En cuanto al atroz régimen católico de Croacia, Cornwell es categórico: las medidas racistas y antisemitas eran conocidas en Roma y por Pacelli cuando este felicitó a Pavelic (líder de la Ustasa) en el Vaticano. En marzo de 1942, poco después de la Conferencia de Wandsee, el Congreso Mundial judío y la comunidad israelita suíza pidieron la intervención del papa para frenar las persecuciones de los judíos en varios países, entre ellos Eslovaquia, Hungría y Croacia, los tres donde la diplomacia pontificia podía influir decisivamente. El documento que se redactó se guarda en los Archivos Sionistas de Jerusalén y fue publicado por Fiedländer. Por esas fechas el cardenal Tisserant (miembro de la curia romana) reconocía que los franciscanos había participado en la persecución de la población ortodoxa y en el incendio de sus iglesias en Banja Luka (al norte de la actual Bosnia) lo que lamentó, pero Pacelli nunca retiró su benevolencia hacia el régimen de Pavelic, porque por encima de estos trastornos colocaba la amenaza bolchevique.

Es cierto que en Alemania tenían más peso social las iglesias protestantes, pero no en la esfera internacional. Cuando se radió el mensaje de Navidad del papa en 1942, su lenguaje críptico no satisfizo a los perseguidos, siendo perceptible la asimetría con que contempló Pío XII al mundo de los años cuarenta: después de haber frenado a los obispos alemanes en su oposición a Hitler estimuló la colaboración de Stepinac, arzobispo de Zagreb desde 1937, que colaboró con la ocupación del Eje, en particular con la Ustase. Para Annie Lacroix-Riz esta asimetría respondió a una constante de la política exterior del Vaticano, que mostró sus simpatías por Alemania en la primera guerra mundial y que se agudizó al acceder el germanófio Pacelli a la Secretaría de Estado y luego al solio pontificio. Para la autora citada judíos y bolchevismo eran una misma cosa en la mentalidad de Pacelli. Como señalé antes, algunos nuncios no siguieron las consignas de Roma: es el caso de Bernardini en Suiza y de Rotta en Hungría. Aquella asimetría de la que se habla se muestra en la movilización de Pacelli al final de la guerra para evitar que los soldados alemanes prisioneros fueran deportados a Rusia.

Roberto Spataro, un panegirista de Pío XII, ha escrito: "El visitante que, en Jerusalén, camina por Yad Washem, el Museo del Holocausto, se encuentra de frente a una inscripción extremadamente polémica respecto a Eugenio Pacelli, el papa Pío XII...: Incluso cuando noticias de la mascre de los judíos llegaron al Vaticano, el Papa no prostestó ni verbalmente ni por escrito. Cuando los judíos fueron deportados de Roma a Auschwitz, no intervino en ningún modo". Puede que a este autor esta inscripción le parezca polémica, pero el tiempo ha pasado y no se ha retirado, incluso después de las muchas investigaciones que han arrojado luz sobre el caso.


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