martes, 29 de noviembre de 2011

El indio Chicora

En el verano de 1521 unos castellanos arribaban a las costas atlánticas de los actuales Estados Unidos, concretamente a las proximidades del cabo Fear, en el estado de Carolina del Norte. Los índígenas de aquellas tierras se espantaron entonces y huyeron rapidamente. Tras esta primera impresión y luego de alguna que otra añagaza de los castellanos para atraerlos a su confianza, el rey de los indígenas envió cincuenta de los suyos cargados de comida para los cristianos. Cuenta Bartolomé de las Casas que el rey los recibió "con gran reverencia y placer" y les concedió guias para que les acompañasen a visitar aquellas tierras. La mentalidad indígena (en este caso los indios algonquinos) consideraba a los recién llegados provenientes del cielo, ya que su religión naturalista les hacía creer en el más allá tras la muerte, en un paríso y en un infierno.

Los castellanos a lo suyo. evangelizar, ganar honores y fama, encontrar oro a raudales; así lo reconocieron Vázquez de Ayllón, Pedro de Quexos, Ginés Doncel y otros.

"Con astucia y maña" -dice el citado las Casas- un día invitaron los castellanos a los indios a sus navíos. Cuando había un buen número de nativos dentro leváronse las anclas y comenzó su transporte rumbo a Santo Domingo (la isla Española). Murieron casi todos los indios, ya en la travesía o en el cautiverio dominicano. Uno de los supervivientes, llamado por el licenciado Ayllón, Francisco Chicora (nombre castellano y apellido tomado de la tierra americana que acababan de explorar) llegó a España de la mano de su "protector". No tuvo otra idea que ingeniárselas para regresar a su "América". Toda la fantasía que este indio desplegó para convencer al castellano de las riquezas que le esperaban en América es un buen ejemplo de la capacidad de un hombre "incivilizado" en busca de su libertad.

En 1526 se armaron buques desde España a la isla Española y desde aquí a la costa de Estados Unidos: frailes, soldados, animales, armas, habitantes para colonizar las nuevas tierras, todo un conjunto de seres y objetos como era común en estas empresas.


Los indios algonquinos, sin embargo, no iban a ser fáciles. Las situaciones fueron diversas pero, en general, desastrosas para los castellanos. Por lo que respecta al indio Chicora en cuanto se vio en tierras conocidas abandonó a su dueño y siguió la vida que ya no registra historia alguna. 

La región sudoriental de los actuales Estados Unidos fue explorada, pero a duras penas conquistada y nunca colonizada por varios cientos de hispanos bajo los auspicios de Castilla. Hernando de Soto, en la primera mitad del siglo XVI, empieza su caminata a Florida para seguir por los estados actuales de Georgia, Carolina del Norte, Tennesse, Alabama, Mississippí, Arkansas, Luisiana y Texas. Penalidades, miserias, destrucción, situaciones casi incomprensibles para las mentalidades actuales, todo ello constituye una amalgama de acontecimientos  que muestran el carácter pendenciero de los conquistadores, legado extraordinario de unos hombres (muchos, ciertamente) a los que siguieron con la pluma los cronistas que, en número tampoco despreciable, han puesto la nota erudita, curiosa, literaria, histórica incluso que hoy da ocasión a una nueva reflexión e interpretación sobre América. 

El indio Chicora está perdido en el tiempo, su cuerpo sepultado y desaparecido ya en algún valle apalachiano. Muchos otros han debido desplegar infinita imaginación para combatir aquella otra que pusieron a prueba osadísimos hidalgos hispanos.

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