sábado, 24 de diciembre de 2011

La liberta Cenis

 ("El rapto de las sabinas", óleo sobre lienzo de 385 por 522 cm. 1799, Louvre)

Vespasiano nació en el país de los sabinos, al otro lado de Reata, en una aldea llamada Falaerina, el 15 de las kalendas de diciembre, a la caída de la tarde, bajo el consulado de Q. Sulpicio Camerino y de C. Popeo Sabina, cinco años antes de la muerte de Augusto. 

Así relata Suetonio en su "Vida de los doce césares" el nacimiento del emperador Vespasiano, el que concediera la ciudadanía latina a todos los que no la tuvieran ya y no fuesen esclavos. Su abuela paterna se llamaba Tertula, y tenía posesiones en Cosa, a donde el emperador iría muchas veces en recuerdo de su infancia. Estuvo en Tracia como tribuno militar, y luego en Creta y en Cirena. Casó con Flavia Domitila, "en otro tiempo amante de Stantilio Capela, caballero romano, de la ciudad de Sabrata, en Arrica. No tenía ésta los derechos de ciudadanía latina...". Vespasiano sobrevivió a su esposa y a su hija, "que perdió antes de llegar al Imperio. Después de la muerte de su esposa recibió otra vez en su casa a su antigua amante Cenis, liberta de Antonia, a la que servía de secretaria; y hasta cuando fue emperador conservó, en cierto modo, a su lado el rango de esposa legítima".

 Gustaba Cenis de los juegos, tanto en los patios del palacio como los que tenían lugar en las ciudades, y no solo los de Roma. Mandó que se le hiciesen dos estatuas, para una de las cuales posó, pues así se lo pidió encarecidamente el artista; entre sesión y sesión Cenis caminaba por el campo, sentábase entre las flores y los cultivos, gustaba de intenarse entre los cármenes y leía lo que para ella habían escrito otros sobre los jutos, pueblo al que consideraba noble por su esfuerzo, la liberalidad de sus mujeres y lo enigmático de sus costumbres. Ahora volvía a rociarse de perfumes, cuando tanto tiempo había estado privada de ellos, a no ser que se confeccionase ella misma los aromas de algunas carnosa flores, de las que luego quedaba un olor rancio. Nunca más: el personal de palacio es ahora solícito para servirla, para mimarla incluso ante sus caprichos, que no eran sino estar adornada siempre con alguna pequeña flor en la cabeza y los perfumes más selectos a su disposición.

Cenis era feliz. Visitó Acaya, Bizancio y Samos, sin sospechar que la colonia griega llegaría alguna vez a ser la capital del Imperio. No desaprovechaba las consultas al oráculo cuando viajaba a Judea, para que el sacerdote Basílides le anunciase lo que para ella tenía previsto el dios Carmelo. Gustó de aplacar la ira de su esposo, a quien pidió templanza en más de una ocasión. Cenis, la antigua liberta, ahora era la mujer más feliz de Roma, tras su espera para estar con el emperador sin las prisas que traen los compromisos, tanto de la guerra, como del gobierno y de la familia. 

Cenis vivió muchos años, sobreviviendo con creces a Vespasiano, siendo respetada casi siempre. En los momentos de zozobra viajaba ahora a la Campania y leía las historias que ya conocía de su juventud y su madurez. Frente al mar, a veces le daba la espalda y paseaba por entre las huertas de los lugareños, entre las vides y frutales, para, sofocada, sentase a la sombra de una higuerra y meditar.




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