viernes, 9 de diciembre de 2011

La noticia de la derrota llega a Atenas

Cuando llegó a Atenas la noticia de aquel fracaso -relata Tucídides en su "Guerra del Peloponeso"-, no hubo casi nadie que lo pudiese creer; ni aún después que los que habían escapado y llegaron allí lo testificaron, porque les parecía imposible que tan gran ejército fuese tan pronto aniquilado. Mas, después que la verdad fue sabida, el pueblo comenzó a enojarse en gran manera contra los oradores que le habían persuadido para que se realizase aquella empresa, como si él mismo no lo hubiera deliberado; y también contra los agoreros y adivinos que le habían dado a entender que esta jornada sería venturosa y que sojuzgarían a toda Sicilia. Además del pesar y enojo que tenían por esta pérdida, abrigaban gran temor porque se veían privados, así en público como en particular, de una gran parte de buenos combatientes de a pie como de a caballo; y la mayor parte de los mejores hombres y más jóvenes que tenían. Tampoco poseían más naves en sus atarazanas ni dinero en su tesoro ni marineros ni obreros para hacer nuevos buques, siendo total su desesperación de poder salvarse, porque pensaban que la armada de los enemigos vendría directamente a abordar al puerto del Pireo, habiendo alcanzado gran victoria y viendo sus fuerzas dobladas con los amigos y aliados de los atenienses, muchos de los cuales se habían pasado a los enemigos. Por todo esto, los atenienses no esperaban sino que los peloponesios los acometieran por mar y por tierra. Mas ni por eso opinaron mostrarse de poco corazón ni dejar su empresa, sino antes reunir los más barcos que de todas partes pudiesen y, haciendo esto por todas vías, allegar dinero y madera para construir naves y, además, asegurar su amistad con los aliados, especialmente con los eubeos. Determinaron también suprimir y ahorrar el gasto que en las cosas de mantenimientos había en la ciudad, y crear y elegir un nuevo consejo de los más ancianos con autoridad y encargo de proveer en todas las cosas sobre todos los otros [asuntos] en lo tocante a la guerra, resueltos como estaban a hacer todo cuanto pudiera remediar su situación, como comunmente vemos hacer a un pueblo en alarma, y poner en ejecución lo que estaba determinado y deliberado. Entretanto acabó aquel verano.

 (Ruinas de Esparta)

Hasta aquí el relato de Tucídides. Atenas había hecho todas las trampas posibles a sus aliados en época de Pericles y ahora, una vez desaparecido este, la ciudad se encaminaba a la mayor derrota que conocería. La gran fuerza militar de Esparta se imponía; los demagogos que aparecen en toda democracia (por ser este el régimen de la libertad por excelencia) habían errado en sus discursos, los agoreros se habían arrogado el poder de adivinación cuando no lo tenían; los estrategos y generales no habían medido bien sus fuerzas, los financieros habían arriesgado demasiado; el imperio de Atenas se derrumbaba; solo su cultura permanecía, con luces y sombras: los ceramistas y pintores, los arquitectos e ingenieros, los escultores y marmolistas, los picapedreros y marinos, los artesanos y obreros, los sofistas, pensadores, literatos y pedagogos. Las mujeres y los niños, los jóvenes que aún no habían expereimentado la guerra, los ancianos que la habían vivido muchas veces, tenían ante sí una nueva lección. Atenas entraría poco después en una época de tiranía, pero no ya para poner a raya a los más ricos, sino para salvar a todo un pueblo. (Arriba, hoplita ateniense en una cerámica).



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