miércoles, 18 de julio de 2012

Otro genocidio

Territorios con población armenia en el siglo XIX
y zonas de persecución y deportación

Armenia es hoy un pequeño estado de 29.800 Km2 aproximadamente (una extensión parecida a la de Galicia), al este de Turquía, al sur de Georgia y al noroeste de Irán. Pero los armenios son un pueblo con una larga historia, cristianizado prontamente, que en torno al año 500 antes de Cristo se encuentra en Anatolia. Mientras la influencia cristiano-bizantina afectó a los armenios estos sufrieron, como cualquier otro pueblo, los avatares de la historia, pero el verdadero cambio se va a producir cuando los turcos otomanos avancen por la península de Anatolia y lleguen a destruir por completo el imperio bizantino a mediados del siglo XV.

Un imperio, como toda obra humana, tiene un destino escrito: desaparecer. Ya sea por la complejidad de sus componentes humanos, culturales, religiosos, etc. los imperios son construcciones realmente artificiales que han existido siempre. El imperio turco, con el hispano, fueron dos grandes potencias en el siglo XVI e incluso más tarde; se enfrentaron entre sí hasta el punto de simbolizar la lucha entre el oriente musulmán y el occidente cristiano. En medio de ese oriente musulmán estaban los armenios, respetados en cuanto a sus creencias y ritos, en cuanto a sus costumbres, pero obligados como súbditos a pagar los tributos y a cumplir las leyes que dictaban el sultán y su burocracia. 

La islamización de los pueblos de Anatolia llevó al éxodo a muchos armenios, pero los que se quedaron, llegando el siglo XIX, el sentimiento romántico, los ecos de la libertad y ciertas ideas ilustradas, empezaron a reivindicar derechos que les habían sido negados: no tenían los mismos que los musulmanes en el imperio de Constantinopla. A finales del siglo XIX -el siglo de grandes transformaciones políticas y económicas- exigen reformas y aquí empiezan las matanzas de armenios a manos de las autoridades turcas. Se habla de masacres entre 1894 y 1896 que llevaron a la muerte a unos 200.000 armenios. No sería extraño que algunos grupos armenios hubiesen atentado contra las autoridades del imperio en que estaban subsumidos, que hubiesen cometido ilegalidades... es un sino de toda minoría oprimida en un imperio. 

Con el acceso al poder de los "jóvenes turcos", que a falta de una definición mejor, porque seguramente se trataba de un conglomerado ideológico y de intereses, se podría decir que eran nacionalistas, cada vez más radicales, fue depuesto el sultán Abdul Hamid II, en realidad el último de una familia que ya no controlaba la situación en los países donde gobernaba, sujeta a tensiones con el poderoso imperio ruso del norte y atenta a la prosperidad de una Alemania que se había hecho poderosa en Europa. Ya hacía tiempo que el imperio turco era un viejo decrépito, pero se mantuvo hasta principios del siglo XX.

El exaltado nacionalismo que se apoderó de los turcos -o por lo menos de sus clases dirigentes- a principios del siglo XX no se puede entender sin tener en cuenta la humillación que para dicho pueblo representó la pérdida de la mayor parte de sus posesiones en los Balcanes (1912-1913). La avanzada en Europa, que había tenido en el siglo XVI su máximo exponente, se encontraba estabilizada al comenzar el siglo XX. Incluso Bornia-Herzegovina había sido ocupada por el ejército austro-húngaro en 1908 -otro agravio- una vez que la dinastía Habsbúrgica había elegido su vocación danubiana desde la unificación alemana y su exclusión de la misma. 

Mientras todo esto ocurría la población armenia asistía con esperanza una posible liberación que alimentaban sus intelectuales. Pero también fue motivo de idignación para los turcos ver llegar a Constantinopla a los expulsados de los países balcánicos que habían logrado su independencia, particularmente Bulgaria. La prensa del país publicó las fotografías, llenó las páginas de crónicas donde se revelaban los ultrajes sufridos por la población vencida; aquellas oleadas de turcos balcánicos, llegando a la pequeña región europea que todavía quedaba al imperio, fue un revulsivo para atizar el nacionalismo de los "jóvenes turcos". El partido Comité de Unión y Progreso, como tantas otras veces, no representaba la unión de todos los turcos y mucho menos representó progreso alguno salvo en materia económica, pues el imperio se había visto modernizado, en parte, por el capital alemán invertido en su ferrocarril y otras obras. Ello explica también que el imperio se decante por aliarse con Alemania cuando estalle la primera guerra mundial en 1914. ¿Como podría ser de otra manera si la odiada y vecina Rusia estaba aliada en el bando contrario y había infligido derrotas severísimas al imperio en el siglo XIX?

Desde que los "jóvenes turcos" se hicieron cargo del gobierno aplicaron una política educativa tendente a exacerbar el nacionalismo entre los niños y jóvenes, a renovar el esplendor del imperio en tiempos pasados y a renovarlo económicamente en la medida en que las circunstancias lo permitiesen, obviando en cierto modo los atavismos tradicionalistas del islam de la época. 

Aquí es donde se inscribe una figura de los "jóvenes turcos", Enver Pachá, militar que participó en la guerra balcánica y luego en la primera guerra mundial. Fue ministro de la guerra durante la contienda y es uno de los máximos responsables del genocidio o exterminio de un millón o más de armenios. Hijo de una albenesa ¿como podía entender que los Balcanes se independizasen del imperio? Nacionalista acérrimo ¿como podía admitir la derrota militar en 1912? Y luego vino -en plena guerra mundial- la derrota de Sarakamiç a manos del ejército ruso, el eterno enemigo. Todo se derrumbaba a su alrededor. Colaboradores fanáticos, él mismo encolerizado y ciego su ánimo, dio órdenes que, de forma sistemática, se cumplieron para hacer desaparecer de Anatolia a los armenios: sin distinción; hombres, mujeres, niños y ancianos. Los testimonios históricos son hoy bastante concluyentes, más cuando algunos historiadores turcos se han incorporado -poniendo por delante su profesionalidad- a las fuentes y conclusiones que hablan de atrocidades comedidas por las autoridades del imperio otomano.

Para Enver Pachá la derrota de Sarakamiç podría recordar las pérdidas que en la guerra de 1877-1878 sufrió el imperio otomano a manos también de los rusos: las provincias de Batún (hoy en Georgia) y Kars, hoy en el nordeste de Turquía. Siempre los extremos del imperio que querían separarse: los Balcanes, los armenios, los egipcios, luego los árabes de Arabia... Al suoreste del Cáucaso tuvo Enver Pachá graves problemas, la zona armenia por excelencia, con el monte Ararat, hoy fuera de los límites de Armenia, "la montaña-tótem de los aremenios" (1).

El monte Ararat al este, Batumi al norte y Kars en el centro

En 1915 se produjeron los crímines más horrendos: masacres de soldados armenios, arresto de intelectuales en el mes de abril, deportaciones al interior de Anatolia. Se aprobó una legislación de emergencia consistente en ordenar el arresto de armenios "aldea por aldea", es decir, premeditadamente, mediante un plan preconcebido, que es lo que define precisamente a un genocidio. El sufrimiento de aquellas gentes se manifestó en miles de casos durante las deportaciones a pie, recorriendo cientos de kilómetros mientras que -como ocurriría décadas más tarde en el centro de Europa- se decía a los armenios que se les encaminaba al "exilio". Se estableció una organización especial para perseguir a los armenios que, obviamente, ofrecieron resistencia, desobedecieron leyes, lucharon, mataron, pero no en nombre de un Estado, sencillamente porque no lo tenían. Los turcos seleccionaron a personal especializado para las persecuciones y las masacres, cientos de armenios fueron ahogados en el mar Negro, mujeres violadas sin límite de edad, dando rienda suelta los soldados al odio infundido en ellos. Jóvenes armenias formaron parte de harenes siendo cristianas...

Cuando acabó la guerra los países vencedores obligaron a la nueva Turquía a juzgar a los responsables de lo que entonces no se llamó todavía genocidio. Particularmente Gran Bretaña cumplió un papel fundamental en esto. Pachá y otros fueron condenados a muerte mientras estaban huidos. Pachá fue asesinado en Alemania mediante atentado en 1921; otros lo fueron en Tiflis (un atentado llevado a cabo por armenios) y otro también fue asesinado en Tajikistán.

El nuevo Estado cambió de nombre en 1923, la capital pasó a llamarse Estambul, pero no reconoció el genocidio contra los armenios. Se "olvidó" y se manipuló el fenómeno, interpretándose oficialmente como un enfrentamiento entre dos comunidades. Los libros turcos de historia se llenaron de eufemismos, se habló de tragedia, de catástrofe, de desastre, pero el millón de armenios que sufrieron persecución, hambre, torturas, muerte en las aldeas, ciudades y valles del antiguo imperio no permanecieron callados, por paradójico que parezca. Estados Unidos protestó por medio de su expresidente Roosevelt, por medio del presidente W. Wilson, a quien se sumó Edra Pound. La prensa inglesa denunció el genocidio aunque sin llamarlo de esta manera, pues la palabra sería inventada por el judío Lemkin en 1943. Así el mundo supo que el destino de la deportación de miles de armenios fue el desierto de Deir Zor, entre Alepo y Damasco, inhóspito lugar donde solo cabía esperar la muerte: sin alimentos, bajo el sol abrasador, lejos de todo, dispersos los seres humanos por la calcinada geografía.

La leyenda (solo leyenda) de los diez mil muertos del monte Ararat, que se remonta a época romana y que el pintor renacentista Carpaccio pintó, sería una triste premonición de lo que siglos más tarde ocurriría, agrandándose sobremanera. 

Hoy, intelectuales turcos aceptan que hubo genocidio, pero no el Estado. En 1975 se ha reproducido un terrorismo armenio que años más tarde se disolvió. Aquella "política de homegeneización nacionalista y religiosa" no fue posible, aunque el coste fue terrible. Hoy se calcula que el 70% de la población armenia pudo haber perecido en aquel infierno, pero no es el único que la historia registra... ni el último. "Quienes estudian y atemperan el fenómeno acaban siendo de alguna manera verdugos" (2).

Ver:
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(1) Rubén Figaredo: "Nacionalismo y genocidio. A propósito de 'Ararat' de Atom Egoyan".
(2) Idem nota anterior.

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