lunes, 23 de julio de 2012

El "yankee de Suramérica"

Antigua estación del ferrocaril en Antioquía
Es interesantísimo el artículo de Juan Carlos Jurado sobre la situación social de Colombia en el siglo XIX. Aunque se centra en la región de Antioquía, al noroeste del país, hace calas en otras regiones como la de Santander, Buga, Popayán, Barranquilla, Cartagena y la región del Cauca. 

Incluye un testimonio del viajero francés Pierre D'Espagnat, a finales del siglo XIX, sobre la localidad de Honda: He ido a ver hacer el ejército a esos pobres peones transformados en guerreros. Era la misma carne de cañón de siempe..., resignada, indiferente. Sus mujeres sin las que se morían de hambre, porque el gobierno no les mantiene, esperaban acurrucadas por los alrededores, la hora de comer. No era la primera vez que veía a esas desgraciadas siguiendo de lejos, retaguardia de miseria, al batallón en marcha de sus maridos o de sus amantes. Me considero incapaz de expresar el estremecimiento que a su paso me sacudía. Pobres bestias de carga, admirables, que llevan sobre sus sufridas espaldas las míseras ropas, el incompleto menaje, sin contar, además, cabeza abajo, coronando la carga, al rorro que vino al mundo en la cuneta del camino; y así siguen con constancia, ayudando, abasteciendo, animando con su alegría y su sacrificio, la fatiga y el desamparo de la jornada, dando con lo que les queda de juventud, un poco de amor a su compañero, un poco de leche a su hijo. Sí, son Santas estas sublimes miserables...

"De esta forma" -dice el autor al que comentamos- "la riqueza no es lo contrario de la pobreza, sino su condicionante", pues aunque Colombia creció económicamente a lo largo del siglo XIX, dicho crecimiento se quedó en las manos de unos pocos hacendados y la desigualdad económica fue enorme. Los cambios en la Colombia del siglo XIX fueron más políticos que sociales, y aún los cambios políticos se produjeron a base de una guerra seguida de otra, enfrentando a unos colombianos con otros: desde 1830 hasta comienzos del siglo XX no hubo década en la que reinase la paz, aunque como es lógico sí hubo treguas para que los ricos se repartiesen el botín si las cosas habían salido de su agrado. 

Hasta tal punto la independencia de la metrópoli española primó en las luchas de principios del XIX que un bodeguero del río Magdalena -relata Juan Carlos Jurado- se enorgullecía ante un diplomático sueco en 1824, pues se había conseguido expulsar a los "pendejos" españoles, al tiempo que se preguntaba cómo "podían ser libres los de su país [los suecos] si no eran republicanos como en la Nueva Granada". 

La tierra fue el objetivo primero, pues al mal reparto de la época colonial siguió el mal reparto de la época independiente. La concentración de la propiedad, aunque cabe distinguir entre unas regiones y otras, fue la nota dominante, y mientras la población rural crecía aumentaba la presión sobre la tierra, que por lo tanto aumentaba su precio. Pero el campesino sin tierra no siempre lo había sido: el autor demuestra cómo los más poderosos, aliados con éste o aquel juez más o menos corrupto, consiguieron hacerse con más tierras a base de presiones, extorsiones y violencias, además de triquiñuelas legales para las que los campesinos no estaban preparados. Los cultivos eran el maíz, fríjol, papa, yuca, plátanos, caña de azúcar y algunas verduras y frutas; cerdos y gallinas entre los animales que se criaban. 

"Para complementar sus pobres víveres, hombres y mujeres de la región antioqueña trabajaron las minas de aluvión de los ríos cercanos... o viajaron a las zonas mineras del Nordeste en verano, o a las del Norte en invierno...". Por eso los precios en Antioquía solían ser más caros, pues había cierta abundancia de oro en polvo en circulación para comprar mercancías. Por eso al antioqueño, capaz de abandonar su región para ir a otras, sobre todo a las zonas mineras, por la prosperidad aparente de que gozó, se le llamó el "yankee de Suramérica". Un espejismo. Asombra la relativa buena fe y la ingenuidad de un Procurador de la ciudad de Antioquía en 1817: ...y tomando destinos odiosos y perjudiciales al público tales son el grueso de pulperías que han establecido surtiéndose acaso de las compras que hacen en las ferias públicas para luego rebender [sic] por precios más subidos en que no solo dañan al pueblo sino también sus propias conciencias... Pretendía el funcionario demostrar que esos oficios, que arraigaban por el mayor precio que se pagaba, perjudicaban a la población de Antioquía, además de a las conciencias de los que los practicaban. 

Las contínuas guerras civiles a las que hemos hecho referencia se financiaban con empréstitos forzosos para apoyar a uno u otro bando en liza. Los ricos no iban a la guerra, en lo que Colombia no se distinguió de su antigua metrópoli, pero hubo campesinos que fueron conscientes de esta injusticia. Juan Carlos Jurado incluye en su artículo un texto revelador: En esto hallo una gran injusticia, pues por qué hemos de ser los pobres, los labradores y los artesanos los que nos hemos de poner a recibir las balas, y los señores del gobierno, los ricos y tanto currutaco que se estén paseando, y muchos con rentas crecidas; no señor; el que come la papa que rece el Padrenuestro.

El que come la papa que rece el "Padrenuestro", decía José María Caballero, de Santafé de Bogotá, representante popular, allá por la segunda década del siglo. Pero lo cierto es que el que se comía la papa no pasaba las miserias provocadas por las sequías, los terremotos y las plagas; ni las enfermedades que afectaban a una creciente población campesina mal alimentada: el tifus, la fiebre amarilla, el cólera, la disentería, la tosferina, la viruela... Todo ello sin entrar en las diferencias según se fuese blanco, mestizo, negro o indígena. La injusticia se prodigó en un país rico que -aún hoy- parece estar en manos de unos pocos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario