jueves, 30 de julio de 2015

La guerra de Arauco (4)

Isla de Chiloé, en torno a los 42º sur

A partir de 1598 la guerra más o menos manifiesta se prolongó en la Araucanía hasta 1780 aproximadamente. La captura de indios se correspondía con la captura de españoles por parte de aquellos, pero la política seguida por los jesuitas –con apoyo de la Corona- en las primeras décadas del siglo XVII, permitió el desarrollo del comercio, el mestizaje y la acción misionera. Parece estar demostrado que, a partir de 1656, los enfrentamientos bélicos declinaron, pero dos nuevas y cortas rebeliones tuvieron lugar en 1723 y 1766. La incorporación de la Araucanía a la república de Chile no se produciría hasta la segunda mitad del siglo XIX.

Las relaciones fronterizas entre indígenas e hispano-criollos se consolidaron por algunos cambios que hubo entre los militares españoles, además de las prácticas de los jesuitas. El principal impulsor de esta estrategia fronteriza fue Alonso de Ribera, gobernador de Chile en dos ocasiones (1601-1605 y 1612-1615). Luego fue seguida por Laso de la Vega (1629-1639) que dio órdenes para que un ejército reorganizado avanzase hacia el sur con el fin de socorrer a las ciudades que habían quedado aisladas. En esa época se dieron las batallas de Pilcohué en la que los españoles se enfrentaron a varios miles de indígenas al mando de Butapichón, un toqui mapuche, que fueron derrotados. La batalla de Los Robles contó con la ayuda de indios auxiliares al servicio de los españoles, pero fue favorable a los indígenas, lo que provocó la organización de un poderoso ejército para enfrentarse de nuevo a los araucanos. La nueva batalla tuvo lugar en La Albarrada (1631), venciendo a los toqui Butapichón y Quepuantu. Aún hubo otras batallas que hacen de la Araucanía una tierra imposible para los españoles.

A finales del siglo XVI (1594) un informe de Miguel de Olaverría propuso que se estableciese la frontera en el Biobio y se dejase vivir a los indígenas en libertad, pero Alonso González de Najera (1) propuso, pocos años más tarde, la “guerra toral”, el exterminio y la sustitución de los indígenas por esclavos negros.

Lázaro Avila describe la situación de los españoles en estos años: “desnudos, mal alimentados, casi desarmados y sin perspectivas de recibir de manera inmediata las pagas que se les adeudaban desde hacía varios años, los soldados españoles que prestaban servicio en la Araucanía estaban a la merced de los irregulares envíos de pertrechos, armas y dinero que se comisionaban desde México, Panamá, Lima o España”. Por otro lado –añade- los soldados muertos en las primeras campañas habían sido sustituidos por “maleantes, desertores y presos”. Este personal provocó un sin fin de problemas: motines y alborotos. Los encomenderos los despreciaban porque estaban obligados a facilitar a estos soldados pertrechos y yanaconas. Algunos se fugaban en dirección a Mendoza (hoy en Argentina) para lo que tenían que atravesar los Andes, mientras que otros soldados descontentos terminaban ingresando en las diferentes órdenes religiosas (era la forma de no tener que prestar servicios en la guerra).

“El desánimo y las deserciones –dice Lázaro Avila- comenzaron a cundir de nuevo en el ejército de Arauco; los soldados que eran oriundos de la tierra soportaban con estoicismo las duras condiciones de vida en la frontera, pero los refuerzos que se traían del Perú y Nueva España no debieron de cumplir con las expectativas que se esperaban de ellos. El gobernador Luis Fernández de Córdoba [1625-1629] tildaba a los soldados enganchados en el Perú de gente ociosa y haragana; la mayoría de las críticas que se vertían sobre las compañías de soldados procedentes del Perú se concentraban sobre los numerosos mestizos y mulatos que las formaban”. Incluso se produjeron fugas al campo indígena, llegando a los indios, por este medio, armas blancas y de fuego de los españoles. Los fugados enseñaban a los indígenas el funcionamiento de las segundas.

Se reclutó a la fuerza a convictos, de los que se quejaba al rey un oidor (Hernando Machado): “mil y quinientos hombres españoles, mestizos y mulatos, muchos condenados por delitos, que es como amontonar el estiércol y basura que se barre en todo el Perú y Nueva España, desnudos, descalzos, hambrientos y con mil penalidades…”. Las pésimas condiciones de vida del ejército de Arauco provocaron una nueva modalidad guerrera (que se puso en práctica por ambos bandos): la maloca, término de origen mapuche consistente en asaltos sorpresivos a los ranchos (por parte de los indígenas) para robar y saquear y que fueron adoptados por el ejército español. Ante la dificultad de vencer a los araucanos se llegó a este tipo de enfrentamientos que tiene poco que ver con la guerra y sí mucho con la delincuencia.

(1)   “Desengaño y reparo de la Guerra de Chile”, 1601.
(2)   Fuente: "La transformación sociopolítica de los araucanos", Lázaro Avila.


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