sábado, 20 de agosto de 2016

Quinametin y toltecas.

La estela 31 de Tikal descrita en varias de sus partes


¿Quiénes fueron anteriores a los aztecas en el valle de México? Según ciertas fuentes, que no pueden probarlo, los primeros habitantes fueron los quinametin (gigantes) “cuyos cuerpos han aparecido en muchas partes de la tierra cavando por diversos lugares de ella”. En realidad, los huesos encontrados en los terrenos sedimentarios de la cuenca de México –dice Félix Jiménez Villalba- fueron estimados en el siglo XVI en unos cinco metros y pertenecieron a elefantes. Pero los historiadores del siglo XVI consideraron verosímiles la existencia de aquellos pobladores gigantes que habrían construido los grandes edificios de Teotihuacán; la gran pirámide se corresponde con la época más floreciente de la cultura teotihuacana.

A los toltecas se les atribuye la mítica Tollán, que quizá sea el conjunto de las ciudades reales de Tula, Cholula y Teotihuacán. Cuando los aztecas llegaron al valle de México, Teotihuacán era un montón de ruinas desde hacía muchos siglos. Jiménez Moreno[1] basándose en crónicas indígenas identifica a los habitantes de Teotihuacán con los quinametin y los nonoalcas, los teotihuacanos epigonales. La ciudad creció –a tenor de lo que demuestra la arqueología- vertiginosamente y en los siglos V y VI d. de C. podría haber tenido ciento cincuenta mil habitantes. A finales del IX había quedado reducida a una tercera parte. Su existencia abarca un período de unos novecientos años y estaba planificada de acuerdo con un patrón previo, quizá por el estricto control de los sacerdotes. Se distribuye en torno a una gran avenida que cruza el centro ceremonial de sur a norte, y cuenta con grandiosas pirámides del sol y de la luna. Los demás edificios aparecen a ambos lados de la avenida y todos ellos están orientados unos 15º al este del norte.

Socialmente quizá había castas que eran la base en la que se sustentaba todo; nobles y plebeyos, guerreros, comerciantes y artesanos. La religión ocupaba un lugar preponderante, pero Teotihuacán era una ciudad y no un centro ceremonial; téngase en cuenta que se trata de 32 km2 de urbanización. Hay pocos indicios de que se tratase de un estado militarista: no existen fortificaciones ni escenas de batallas, y las pinturas en las que se representan guerreros (pocas) son muy tardías. Pero sí hay abundancia de templos y representaciones de sacerdotes, siendo muy corrientes las escenas religiosas, de las que quizá un ejemplo sea la estela 31 de Tikal[2]. En cuanto a la posibilidad de que Teotihuacán se hubiese mantenido tantos siglos sin ejército, sería caso único en la historia, por lo que debe rechazarse.

La arqueología ha revelado trabajos en obsidiana, cerámica de gran calidad y magnificas pinturas murales, extendiéndose esta influencia a toda Mesoamérica, pero entre los siglos VII y VIII de nuestra era, la ciudad de Teotihuacán desaparece para siempre por incendios y destrucciones, como ha revelado la arqueología. La paulatina deforestación del valle pudo acarrear cambios climáticos, con el consiguiente empobrecimiento de los recursos agrícolas. Las incursiones de otros pueblos fueron cada vez más frecuentes y entonces se produjo una diáspora.

Los toltecas serían invadidos por los chichimecas y entonces la teocracia y el comercio dejaron de ser la base de la organización social. A medida que los arqueólogos han ido haciendo su trabajo ha salido a la luz que la capital de los toltecas era de segunda categoría, no obstante ser arquitectos, escultores y orfebres de primera calidad. También los expertos han barruntado que pudieron existir dos grupos étnicos distintos, los nonoalcas y los toltecas propiamente dichos, opuestos ambos a los sacrificios humanos y quizá organizados socialmente de forma dual. Contrariamente a los teotihuacanos, la representación de guerreros indica que estos fueron los auténticos protagonistas, extendiéndose hacia Tabasco y Yucatán.

Quizá Chichén Itzá fue una capital de los toltecas y en el siglo X se produjo una escisión en Tula y el grupo perdedor fue expulsado, dirigiéndose al golfo de México primero y luego a Yucatán, donde las pruebas de la presencia tolteca son evidentes. Posiblemente fue entonces cuando llegaron los itzaes en dicho siglo y el panorama sufre un cambio radical: eran gentes de habla maya-chontal. En todo caso las águilas y jaguares esculpidos, los guerreros y otros símbolos por el estilo son típicamente toltecas.

En la “frontera” norte de estos pueblos se encontraban los chichimecas, que no eran tan primitivos como algunas fuentes han hecho creer. Practicaban, eso sí, el nomadismo en tierras más bien esteparias o desérticas, poco aptas para la agricultura, y quizá combinaron dicho sedentarismo con algunas prácticas agrícolas. Incluso se ha podido comprobar que una estrecha franja desde el sur hasta el norte de México había sido cultivada, atravesando las tierras que ahora están desertizadas como consecuencia de los cambios climáticos habidos.

Parece –dice Jiménez Villalba- que entre 900 y 1350 los asentamientos norteños recibieron influencias toltecas, al tiempo que un éxodo chichimeca hacia el sur, violento, trastocó las cosas. En el siglo XIII varias tribus chichimecas fueron hacia el sur y se produjo la confrontación con los toltecas, pero los chichimecas no acabaron con la cultura clásica de aquellos, herederos a su vez de la etapa teotihuacana, sino que hubo un renacimiento hasta que, entre dicho siglo y el XV, muchas tierras norteñas fueron abandonadas. Tula fue arrasada por un gran incendio y luego sufrió un saqueo desordenado, y esta es la situación que empezaron a conocer pequeños grupos de aztecas que se internaron en el territorio.

Los aztecas, incapaces de imponerse, quizá se integraron y, poco a poco, se fueron haciendo con el poder en un mundo que ya no era el de las culturas clásicas prehispánicas. Empezarían siendo mercenarios al servicio de toltecas, chichimecas y otros grupos, hasta que consideraron el momento en el que era propicio el asalto al poder. Con los aztecas en el poder llegaron en el siglo XVI los españoles… 


[1] Citado por Félix Jiménez Villaba.
[2] Es un monumento bellamente esculpido con inscripciones en la parte posterior y en las laterales con relieves que muestran a tres individuos, uno al frente y dos a los lados. Aún cuando se han perdido unos veinte grifos, se la puede considerar bien conservada por haber sido enterrada. La parte frontal de la estela muestra a un individuo de perfil vestido lujosamente y mirando hacia la izquierda. En su traje se ven numerosos símbolos iconográficos. (Federico Fashen).  
Fuente: "La Monarquía indiana...", Félix Jiménez Villalba.

Tikal al norte, en Petén

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