sábado, 15 de julio de 2017

Morir en al-Ándalus


Plano de la Murcia islámica con la situación de sus cementerios (tomado de "España en su Historia": espanaysuhistoria-garrot.blogspot.com.es/2012/05/ciudades-de-al-andalus-y-iii.html

El presente artículo se basa en la obra “Los rituales de enterramiento islámicos en al-Ándalus…”, cuya autora es María Chávet Lozoya, tesis doctoral (2015).

Cuando la persona se esté muriendo se le ha de susurrar “no hay más Dios que Allah” y se volverá el cuerpo del agonizante hacia la quibla, cerrándole los ojos cuando expire. El conjunto de estos rituales se contemplan en el hadiz, conversaciones que Muhamad tuvo con sus contemporáneos, así como las personas que le sucedieron entre las autoridades del Islam. Si el agonizante musita aquella frase no deberá decir nada distinto con posterioridad, porque de ser así habría que repetirla para que fuese lo último que oyese o dijese en vida. Tampoco se debe volver al agonizante hacia el lugar sagrado antes de que se le cierren los ojos porque se supone que no va a volver a abrirlos. Quien se encargue de esto debe ser la persona que más cariño le haya demostrado en vida; luego se le atará la mandíbula y se eliminará suavemente la rigidez de sus miembros, se le elevará del suelo, se le cubrirá con una tela y se colocará algo pesado sobre el vientre para que no se hinche.

El moribundo podrá quejarse de su enfermedad, pero sin llegar a un estado de ira y angustia que suponga rechazo a la voluntad de Dios. La tela que cubra al agonizante debe estar limpia, pues los ángeles están presentes. En la agonía no debe acercase nadie que esté menstruando o en estado de impureza, pues “los ángeles no entran en la casa donde hay una persona menstruando” y algunos ulemas recomendaban que se recitasen al agonizante algunas suras o partes del Corán, porque ello apacigua la muerte.

Entre los familiares, amigos y presentes son reprobables las muestras de dolor exageradas, lo que se hacía antes del Islam, y “si la que grita en sus lamentaciones no se retracta y se arrepiente antes de morir, llegará el Día del Juicio y tendrá una camisa de alquitrán que le quemará la piel…”. Se debe perfumar el cadáver, pues “los ángeles aman el perfume”, y la gente piadosa que se encuentre rodeando al fallecido debe hacer abundantes ruegos por él. Según algunas tradiciones la tumba debía ser “amplia y luminosa”.

El cadáver debe ser purificado con una solución de agua con manojos de hierbas de alcanfor, hojas de parra o níspero. El lavado se hará en número impar: una, tres… hasta siete veces si fuese necesario comenzando por el lado derecho del difunto, lo que será realizado por hombres si el fallecido es un hombre. El cuerpo muerto de una mujer puede ser purificado por un hombre (y viceversa) siempre que no exista parentesco prohibido. En época nazarí la purificación solía hacerse por mujeres y hombres conjuntamente. Si no se dispusiese más que de un lienzo este debía cubrir la cabeza del difunto antes que los pies, dejando el cuerpo orientado a la quibla.

Los fieles muertos durante un enfrentamiento bélico por la defensa del Islam no tenían que ser lavados ritualmente, y eran enterrados con las heridas y sangre que cubrían su cuerpo. Tampoco cualquier otro tipo de mártir… Si el difunto es una mujer debe peinarse su pelo formando tres trenzas, una de las cuales sobre la frente y las otras dos a los lados de la cabeza. “A quien lave a un difunto cubriendo los posibles defectos que hubiera visto de él” será recompensado. En todo caso no se cortarán las uñas al difunto ni se le rasurará el pelo, pero si se hiciese esto, uñas y pelo deben ser enterradas con él. Si el amortajamiento se realizase en un lugar donde no hubiese agua, se sustituirá la ablución por el tayammum, rito por el que se ponen las palmas de las manos del difunto sobre la tierra y luego se pasan dichas manos por la frente del mismo y por el dorso de las manos.

No existía inconveniente en que un cónyuge lavase al oto y “cuando una mujer muere estando de viaje sin que haya con ella otras mujeres”, que un hombre le practique el tayammum. Si el difunto era un hombre, que sean las mujeres las que le practiquen el tayammum… si estuviese presente una mujer con la que el difunto no se hubiese podido casar, que esta lo lave cubriendo sus desnudeces… e igualmente en el caso contrario. Se puso en boca del profeta la siguiente frase: Lavadlo con agua y sidr (hojas de loto) y amortajadlo con dos telas y no le pongáis ningún ungüento ni cubráis su cabeza, pues será resucitado el día del levantamiento diciendo la talbiya (expresión con la que se entra en estado de inviolabilidad).

En el traslado al cementerio solo les estaba permitido a las mujeres con grado directo de parentesco, procurando que el cadáver siempre fuese orientado y precedido por los personajes más instruidos y piadosos de la comunidad. En todo caso la comitiva debía caminar delante del cadáver, pues hacerlo detrás “está contra la sunna”. Pero si los que acompañan al cadáver montan o cabalgan, deben ir por detrás del cuerpo. Al cadáver lo cargarán hombres sobre sus hombros, y si alguien, al paso de la comitiva fúnebre, estuviese presente, debe levantarse hasta que aquella pase.
                                                        
La fosa donde se ha de enterrar al difunto debe de estar excavada en un lateral, pero había diversos tipos de fosas. Una tumba tenía espacios definidos; según La Risala[1] la posición del inhumado en la tumba debe ser, bien sobre su lado derecho orientado al este, bien tumbado sobre su espalda con el rostro orientado al este. Tras la batalla de Ohod[2] se legitimó la posibilidad de enterrar a dos o más personas en la misma tumba.


[1] Un tratado de creencias y derecho musulmán.
[2] Al noroeste de Arabia, en el siglo VII, cuando aún los árabes estaban divididos entre los seguidores de Muhamad y los partidarios de los ídolos preislámicos.


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