martes, 5 de septiembre de 2017

Judíos, cristianos y moros



Bautizo de judíos en un retablo de Arnau Bassa

“A lo largo de los siglos la materia religiosa no se ha caracterizado por un estado de libertades”. Así comienza uno de sus capítulos José Cruz Díaz en su obra “Los judíos en la transición de la España moderna: entre el reconocimiento (estatuto jurídico) y la intolerancia”[1]. Considera este autor que desde el punto de vista de la relación entre el poder político y la comunidad judía, el lapso de tiempo viene determinado por la época contemporánea: exactamente, desde comienzos del s. XIX. Luego entra en una serie de consideraciones sobre el concepto de tolerancia, por el cual discurre gran parte de la historia de la Europa medieval, moderna y contemporánea. La tolerancia, dice, fue un hallazgo filosófico para encontrar una salida a las guerras de religión.

En cuanto a España, lo que se ha llamado “España de las tres culturas” se remite, por la mayoría de los especialistas, a los siglos XII y XIII, mientras que la intolerancia religiosa surgió o se acentuó en los siglos XIV y XV. En la Edad Media española distingue, con García Ulecia, dos épocas: una, caracterizada por la tolerancia y la convivencia entre las tres religiones monoteístas, y otra, posterior, desde fines de la baja Edad Media, animada por el celo religioso, la intolerancia, la reacción violenta contra las minorías étnico-religiosas y la imposición de los estatutos de limpieza de sangre.

Los judíos, en el mundo cristiano, fueron forzados a renunciar al proselitismo, aunque el autor considera que aquellos no renunciaron a practicarlo. La pretensión de universalidad –dice- es inherente a toda religión, por lo que los cristianos temían el proselitismo judío, llevándoles a conversiones forzosas que hizo que tantas comunidades judías se extendieran por el mundo a principios de la Edad Moderna.

Citando a Domínguez Ortiz dice que “no es verdad que hubiera habido previamente [a la expulsión de los judíos] una etapa de convivencia ideal”, sino de difícil coexistencia. Por su parte, Fletcher, a quien también cita nuestro autor, previene contra la idea de una al-Andalus ilustrada y tolerante: los mozárabes fueron siempre ciudadanos de segunda fila en los reinos musulmanes, tanto como los mudéjares en los reinos cristianos: “la España mora no fue una sociedad tolerante… Las comunidades cristianas mozárabes… estaban aterradas y desmoralizadas. En el reino zirí de Granada hubo un alboroto antijudío en 1066, que se saldó con miles de muertos y de supervivientes huidos. Posteriormente alcanzó a los judíos la ola de integrismo almohade.

Las primeras aljamas en territorio cristiano fueron las de Tudela en Navarra (1170), la de Zaragoza unos años más tarde y la de Zorita de los Canes en Castilla, lo que implicó el inicio de un reconocimiento jurídico a la minoría judía. A partir de ese momento la cultura judía pudo florecer gracias únicamente a la negligencia y laxitud religiosa y moral de los gobernantes cristianos, que debieron ver más la utilidad de los judíos que otra cosa. Así, cabe hablar según algunos autores de dos “edades de oro” para los judíos: antes de la llegada de los almohades y desde mediados del s. XII a mediados del XIV.

El autor al que sigo señala que los judíos constituyeron un puente entre Oriente y Occidente, que se reflejó sobre todo en el esplendor de Toledo. Las “elites” judías se habían formado en la cultura árabe durante los primeros siglos de la Edad Media, ensombreciendo el acervo cultural cristiano. Este fenómeno está enlazado con el despliegue general de la cultura árabe sobre extensísimos territorios, recogiendo corriente culturales de Persia, India e incluso de China. Sobre ese fondo surgió la cultura de los abbasíes hasta que la irrupción de los nómadas de las estepas la dejaron moribunda. Los judíos, por su parte, manejaban varios idiomas, y salvo los rabinos, no hablaban hebreo, por lo que pudieron desempeñar un papel de primer orden en la transmisión de aquel saber musulmán/oriental. Traducían del árabe al romance y de aquí al latín.

En España la situación de los judíos fue más favorable que en otros lugares de Europa (antes de la Inquisición de los Reyes Católicos). De ello supieron sacar provecho y participaron, entre otros hitos, en el conjunto de traducciones que se han sintetizado erróneamente como “escuela de traductores de Toledo”, porque ni se limitó a esta ciudad ni estuvo institucionalizada dicha “escuela”. Se trató de que occidente conociese la obra de Aristóteles, mientras que Europa estaba sumida en el neoplatonismo representado por Agustín de Hipona.

Los judíos, por otra parte, se adaptaron bien según viviesen en territorio musulmán o cristiano, por eso algunos autores, más que hablar de tres “culturas” hablan de tres religiones, pero “dos culturas”, estando los judíos participando en la islámica o en la cristiana según los casos. Para Heinrich Heine los intelectuales judíos asquenazíes[2] vieron que en la España medieval no había “progromos”, y aquellos, junto con el resto de las comunidades, adoptaron actitudes pragmáticas para sobrevivir. Por eso José Cruz Díaz dice que más que tolerancia, a los judíos se les “soportaba” dada su adaptabilidad. En cuanto a los musulmanes en territorio cristiano nada de tolerancia: el uso del árabe estuvo expresamente prohibido; Cisneros hizo quemar, tras la conquista de Granada, “un millón de libros en árabe” (seguramente serían muchos menos) y en 1501 los reyes ordenaron la destrucción de todos los coranes.

Otra cosa es, que con las sucesivas operaciones repobladoras a lo largo de la Edad Media, a los reyes les interesase conservar la población conquistada, y aún así hubo musulmanes que prefirieron emigrar al Magreb, al reino nazarí y se dieron grandes sublevaciones de musulmanes en la baja Andalucía y en Murcia (1264-1266). Durante el reinado de Alfonso X de Castilla, sin embargo, existió una “escuela euroárabe” que tuvo autorización pontificia y que estuvo bajo la protección de la catedral de Sevilla. Y esto contrasta con las capitulaciones de Tortosa y Tudela, que ordenan a los musulmanes a abandonar sus casas e irse a vivir a los arrabales, aunque se les mantiene en sus posesiones mediante el pago de un diezmo que el Corán establecía.

A la contra, durante el reino nazarí se hicieron desaparecer todas las iglesias que estaban contraídas; para poder sostener el brillo de la corte y pagar las parias a Castilla, se sometió a la población –también cristiana- impuestos tan abusivos que sobrepasaban las normas coránicas (una cosa es la religión y otra las necesidades del Estado). Los judíos –a pesar de su docilidad- fueron despreciados en territorio musulmán y cristiano; la “convivencia de los tres credos consistía en evitar todo contacto posible, y aún así esta situación en España es mucho más favorable para los judíos que por las mismas fechas (siglos XII y XIII) en Europa, donde el antijudaísmo era descarnado. La Biblia de la Casa de Alba (s. XV)[3] fue encargada por el maestre de Calatrava, otra muestra de “tolerancia” relativa.

En los siglos siguientes –dice el autor- hasta el XVIII, España renuncia a una parte de sí misma. No es casual que el decreto de expulsión de los judíos se firmara tres meses después de la toma de Granada. Goytisolo habla de “descuaje brutal de la presencia árabe y judía en la cultura neolatina de la Edad Media. Hubo, tras la conquista de Granada, de acabar con el pasado, y este “acabar” fue más violento en España por cuanto los lazos anteriores habían sido más estrechos y fecundos.        

[2] Judíos del centro y este de Europa.
[3] Traducción al castellano de la biblia hebrea con comentarios del judío Rabí Arragel, rabino de Maqueda (Toledo).

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